lunes, 25 de marzo de 2013

Debajo del higuerón


 

“Eres mi hoy, mañana, ayer, el corazón de mi ansiedad. Eres mi mal, también mi bien. Mi vida, mi cautividad”.

Rafael Orozco, el ídolo, la serie estrenada el pasado noviembre que todavía no ha finalizado sus capítulos en la cadena colombiana Caracol y que reemite Venevisión de lunes a viernes a las 8:00 pm, se une a la fiebre del musical: el malogrado cantante del Binomio de Oro (1954-1992), interpretado por el también músico Alejandro Palacio, está remojándose los pies a la orilla del río Guatapurí, por los lados de Valledupar, con su amada Clarita Cabello (la ex miss Taliana Vargas) y de repente arranca el vallenato con todo y acordeón. Igual cuando está tomándose un sobrio desayuno bogotano de changua (caldo de leche y huevo) y revienta aquello de “cuál es la que calla cuando no hay para comer, la de temple de señora y talla de mujer”. Si uno se sorprende cantando en voz baja es que la fórmula funciona.
 
“Yo sé que el sol se oculta, que al día siguiente nace, que sus rayos se esparcen, que dan luz y calor. En cambio tú me niegas la dicha de adorarte”.

Me consta la solidez de la lírica del Binomio de Oro: me acompañó en la infancia en aquella época en que a la clase media le era posible tener lo que llaman una “vivienda secundaria” y mi padre se desplazaba cada dos fines de semana a Higuerote: en aquellos viajes de más o menos dos horas de duración, sin saber de qué manera se estableció la costumbre, se mezclaban indistintamente el Bailinho de Madeira o canciones románticas en idioma portugués con aquel clásico de “Debajo, debajo del higuerón, donde siempre te esperaba, allí me diste tu amor, yo también mi amor te daba”. Por donde vivo, en las parrandas de cada fin de semana, el vallenato es la banda sonora de las 4 de la mañana, luego de que ha pasado la hora del reguetón y la hora de la salsa. Pero nada como el Binomio, cuya propuesta era vigente y universal. Limpia y elegante.

“Nunca pensé, nunca pensé, que al conocerte rompieras el temor, que tenía yo, que tenía yo, de enamorarme y no conocer el amor”.

En los capítulos que transmite Venevisión, todavía no ha aparecido Israel Romero, el acordeonista de rostro bondadoso que era mi favorito del Binomio. Rafael José Orozco Maestre, el hijo de Rafita y Cristina, el del bigotito de carnicero lusitano, tendero libanés o sindicalista autobusero, el que acaba de sacar un título chimbo de bachiller para complacer al despótico empresario agrícola don Jacinto Cabello y casarse con Clarita, se va a Bogotá, dispuesto a dejar las serenatas de vallenato (melodiosas violaciones de las ordenanzas contra los ruidos molestos) por los estudios de Administración de Empresas. Recibe de su madre un suéter de lanita de chivo, un libro de salmos, el álbum de fotos de la familia y un paquetico de bollitos de mazorca.

“Esto me decía el bacano: me gusta el porrocumbé. Y aquí estamos parrandeando, vamos a‘onde Rafael José”. 

En la refrigerada capital colombiana, sin embargo, el torpe mesero costeño del restaurante del Compai Chipuco (el local se llama así mismo, Donde el Compai Chipuco: todo un desafío provinciano al orden cachaco) deja la bandeja y toma la tarima para reincidir en “una cosa en la que nadie me gana”, acierta: prender el vallenato.

“Se me pone muy corto el aliento, y tus besos me saben a cielo, es muy lindo el amor que me das”.

En Rafael Orozco, el ídolo se puede armar un diccionario de localismos: chacarón y corroncho (sinónimos de pendejo), machete (equivalente a la chuleta de los exámenes venezolanos), huesera (algo aburrido), chiflamicas (músicos mediocres), rabo verde (viejo verde), calanchín (algo así como un gestor ilegal), camellar (trabajar duro), teso (algo así como duro o jodido), tener las chácaras bien puestas (testículos), pedir un catorce (un favor), culo e’ avión (rolo e’ vivo) o bollito (muchacha bonit). También escuchar dichos como “Ahora sí es verdad que torció la puerca el rabo”. Podrían llamarse formas menores de cultura. Pero así también se preserva una memoria popular.

El vallenato es una de esas formas musicales que, sin dejar de ser folclóricas, se camuflajearon en el mosaico urbano. En los segmentos de cuñas en Venevisión, veo a Rafucho, el Maracucho cantando el género, por lo que es probable que Rafael Orozco, el ídolo esté despertando un revival vallenatero en Venezuela.

Lloveré sobre mojado: ¿por qué Colombia si está contando y exportando sus historias? Ya casi estamos en abril, a la espera de unas nuevas elecciones, y en 2013 la televisión nacional solo ha estrenado la superproducción de un funeral.

En Twitter: @alexiscorreia