Ismael
Cala es todo aquello que sueño y jamás seré: flexible y ligero como el
extraterrestre de Roswell, aseado, erguido, correctamente entrenado y
balanceadamente alimentado, tonificado, perfumado, blanquísimo en dentadura, encantador,
seguramente ágil bailarín (*), exquisito en el trato y con facilidad para
relacionarse y practicar escalada en la sociedad. Si yo fuera Batman, quisiera a Cala de Robin, y entiéndase sin doble sentido.
Hasta la
interjección “¡Guao!”, siempre tan falsa cuando la escucho escaparse cual flatulencia de mi
boca, a Cala le sale natural. Una actriz colombiana entrevistada (Carolina
Acevedo) dice que su película metió 92 mil personas en los cines y allí está
Cala: ¡Guao! “Mi sueño es trabajar
con Pedro Almodóvar”, confiesa ella, y él de nuevo, casi sin esperar que pronuncie
el “Dóvar”: ¡Guao!
Cuando
ya hace rato cambiaron de tema, en la despedida él recuerda, galante: “Sé que
voy a verte en una película de Almodóvar”. Ahora digo yo: ¡Guao!
Para
un usuario venezolano de televisión por suscripción, un lujo que bondadosamente
aún se nos concede, el programa Cala
(CNN en Español, lunes a viernes, 8:30 pm) sostiene la ilusión de que Latinoamérica
y España forman una comunidad de la que uno, al que en todos esos otros países examinarán
como el bicho raro de la tierra del presidente reelecto para dos décadas, no
está demasiado lejos.
El
periodista cubano que se robó el show en el Miss Venezuela, un 007 bronceado
con licencia para la indiscreción, departe con Daddy Yankee, cuyo cabello y
rostro son superficies homogéneas como las de un avatar de
Internet, y mañana habla de la crisis en la frontera guatemalteco-mexicana o la
independencia de Cataluña. Hoy viene David Bisbal y el tema del día siguiente puede
ser el bullying en El Salvador.
El
bloque de cuñas me muestra propaganda de una votación normal (Puerto Rico), una
publicidad turística de Paraguay cantada en guaraní (juré escuchar “petipuá”), relojes
caros que se ostentan en inglés, un señor que me echa en cara arrogante que “el futuro es de los que saben” (Guillermo Arduino, véngase a Venezuela) y,
cuando casi olvido que estoy en Caracas, un video que en 30 segundos recorre
los picos telenovelescos del reciente proceso electoral venezolano se me clava como
una puñalada.
Si
tuviera que detectar un patrón, diría que a Cala le gusta el “picantico”, algo
común a toda la raza humana. A Carolina Acevedo, que preferiría hablar de
Almodóvar, le hace morderse el labio, incómoda, cuando le recuerda que ella
pasó desnuda y de manera gratuita para la revista Soho: “Yo hago eso y le pongo precio”, asoma el intrépido Ismael. Con
Eduardo Rodríguez, un galancete mexicano realmente inmamable (así dicen en mi
país), se extiende en la anécdota ya prehistórica de que participó en el Míster
Mundo 1998 y desfiló “en vestido de
baño”.
Con paciencia, a David Bisbal (un españolito seráfico que a los treinta
y pico de años dice cosas como: “Siempre he sido un muchacho responsable”) le arranca
la confesión: “Todo el mundo dice que no tengo nalga. ¡Hombre, pero yo no me
voy a inyectar!”. Cala, relamido, saca entonces a colación a un amigo dueño de
un spa donde ofrecen un tratamiento de “blanqueamiento de ano”.
Cala
es un enigma. Todos los somos. Aquí y allá uno va recolectando las migajitas
que él suelta de sí mismo (que prefiere el Barcelona al Real Madrid, que le
gustan sus propias piernas, que cree en las energías, que su mamá prefiere
ver la telenovela que Cala, que él
también fue víctima de acoso en el colegio, sin más detalle), pero se queda siempre
al borde de una confesión abierta que me haga sentirle más cercano.
Mi gran
decepción ocurre invariablemente en el segmento que denomina “la reflexión”, al
principio del programa. Uno cree que el buen Ismael, que escapó de Cuba a
Canadá en 1998, soltará allí la clave para entender qué sucede en Venezuela,
pero lanza al público unas inquietudes insoportablemente leves (“¿Ustedes como
consumidores se dejan guiar por el prestigio?”) o un pensamiento al
estilo: “Hoy es el día de mañana por el que tanto te preocupabas ayer. En vez de preocuparte, ocúpate”.
La
entrevista con Daddy Yankee, que le quedó redondita, aumenta el desasosiego sobre
mi futuro laboral cuando el reggaetonero del cabello de casco y el cutis de nácar, después de
cantar a capela sobre una chica que le tiene el cuello como un abanico y conferenciar sobre sus marcas personales
de tequila o headphones, habla con propiedad
de la revolución digital y la decadencia de los medios de comunicación
tradicionales: “Con las redes sociales puedo llevar una canción al número uno
sin necesidad de difusión radial”.
En
mi búsqueda inconsciente y desesperada de un líder iluminado, alguien capaz de
encontrar el punto medio entre el socialismo saudita venezolano y cascarones de
democracias liberales como las de España y México, quizás se me olvida que Cala
no es lo que quiero que sea, y que debo apreciarlo por lo que es: una fantasía para
cualquier sexo y un entrevistador aceptable que mantiene pegado, aunque sea con
hilo de nylon, un archipiélago de acentos y sociedades deficitarias.
En
Twitter: @alexiscorreia
(*) Una seguidora de Twitter, @MileGalup, apunta que nuestro hombre ha confesado en pantalla que no baila bien, pero prefiero dejar el texto igual porque: 1. Me gusta dar alas a la imaginación. 2. Incluso bailando mal, Cala bailaría mil veces mejor que yo