sábado, 1 de diciembre de 2012

Tálamos panamericanos

Ampliación de columna publicada el domingo 18 de noviembre de 2012 en El Nacional


Cómo me gustaría que Camila se buscara como amante a un tipo que la haga reír. Mariana es impecablemente interpretada, aunque quizás sus conflictos son de difìcil comprensión en un país tropical: “Necesito exorcizar mis demonios”, “tengo que salvarte de mí misma”, “estoy harta de hacer el amor apurados, porque hay que dormir para mañana volver a envejecer en el tráfico” (*), son frases que suelta la doctora de emergencias, en medio una crisis existencial que retrataría un cuadro como El grito de Munch, al bueno de su marido, que nada entiende. Bárbara, la abogada bailaora y dominante, compite por ser el personaje más fascinante. Y a Sofía, con toda sinceridad, no me importaría que la pisara un tren por gafa.

(*) Diálogos completos de Mariana: 
—Esposo: ¿En qué fallé?
—Mariana: En amarme a mí, que no sirvo

Monólogo del hastío vital: "...Luego regresar, y hacer el amor apurados, porque hay que dormir, porque mañana es lo mismo, y volver a envejecer en el tráfico. Siento que todo me da náuseas. Me estoy marchitando. Me estoy convirtiendo en una vieja amargada, una persona que solo cumple con los demás, y tengo 35 años".

Alguna vez Fey cantó “Azúcar amargo” y ahora Televen transmite a las 9:00 pm Dulce amargo, una telenovela que ejemplifica las ventajas y desventajas de la globalización. Es hecha en Venezuela, pero el capital y el reparto es multinacional (me cuesta entender, y agradezco, que gente de afuera venga a invertir en un país donde es difícil hacerlo). El argumento, escrito por Iris Dubs, se basa en Los treinta (se refiere a la edad), una producción de 2005 de Chile, el país que está dando la hora en cuanto a ideas de historias dramáticas.

Había tantos acentos que recordé cuando estaba en el colegio y le dábamos la vuelta a la cuadra con banderitas y cantábamos 
“Uruguay, Paraguay, Venezuela, Guatemala y El Salvador”. Eso no me afectó tanto, pero sí escuchar palabras como claxon (corneta) y lana (dinero).

La pérdida de identidad y “color local” es un riesgo. Por el otro lado, se obtiene un aprendizaje de industrias de TV que hacen las cosas distinto. Se nota cuidado en los detalles, por ejemplo en las escenas de los accidentes causados por la torpeza de Andrea (Oriana Colmenares) o una escena del mexicano Juan Carlos Martín del Campo (compañero de gimnasio) que recreaba lo tétricas e impersonales que son las casas de empeño a quienes alguna vez hemos acudido a ellas en una emergencia. Se juega con la estructura del mockumentary (falso documental, testimonios directos a la "cuarta pared", la cámara).

Dulce amargo no inventa el agua tibia, pero está sólidamente escrita. No hay villanos, a excepción de un papel especial de Adolfo Cubas, que está en su salsa, de la misma manera que Scarlet Ortiz lo está en el sufrimiento.

Clase media profesional que se quedó en Venezuela y no por optimista. Cuatro parejas —sus hombres son socios del restaurante gourmet El Aire— con strugglings habituales:

1) Sofía (Alejandra Sandoval, con banderita colombiana) y hasta el gato saben que el agente de seguros Rubén (Juan Carlos García) le es infiel, pero ella lo tolera.
2) Bárbara (Roxana Díaz) tiene una relación más bien maternal con Juan Ángel (Juan Carlos Martín del Campo, de México), que se mete en toda clase de líos económicos (compañero de ruta) para sostener el estatus de ella.
3)Héctor Linares Alcántara (Carlos Guillermo Haydon), así, con los apellidos de un raro presidente venezolano que duró un año, obsesivo del trabajo, adicto a las prostitutas y pingüinos en la cama, diría Arjona, con Camila (Alejandra Ambrosi, México), fachada de perfecta ama de casa y alcohólica.
4) Nicolás (Erik Hayser, México), marido y padre ejemplar, no entiende porqué la dejó Mariana (Ortiz), inflexible y abnegada doctora. Quizás rutina e incomunicación, aunque ella tiene un trompo más enrollado que eso.

Si me piden destacar un grupete, me quedaría con Roxana Díaz, Erik Hayser, Scarlet Ortiz (más allá de que a veces se la vaya la mano con la intensidad existencial), Anabell Rivero (Cristina, chef y más compleja que simple amante de Rubén) y Alejandra Ambrosi, de quien me es difícil no volverme fan enamorado.

Juan Carlos Martín del Campo es creíble como hombrecito imsignificante. Carlos Felipe Álvarez (Jesús, el “protagonista juvenil”) es uno de los galanes venezolanos de mayor calidez y futuro, pero la pareja con Oriana Colmenares deja más déficit que superávit. Juan Carlos García está muy parecido al reciente Gamboa de Válgame Dios (Venevisión), aunque es un tipo de personaje que siempre funciona en el público. Hasta Cristóbal Lander (Julio César, deportista extremo y pretendiente de Cristina) se hace tragable. El mexicano Fernando Noriega (Diego, el médico que acecha la soledad de Mariana)  tiene un personaje con matices ambiguos: un seductor con un punto de violador-acosador, aunque la caracterización no me convence del todo. Por momentos Diego luce algo tonto, un desperdicio de cuerpo porque Noriega es, sin duda, envidiablemente apuesto.   

El peor de todos hasta ahora es Haydon, él acartonado y su personaje básico en las motivaciones: un machista que resguarda la reputación de sus apellidos. En una escena testimonial en la que se dirigió al público (Dulce amargo juega con el género del falso documental), Héctor expuso, sin embargo, un filón que se puede explotar: las ventajas de la prostitución, una transacción trasparente de compra-venta, con respecto a la frecuente hipocresía de la institución matrimonial.

Twitter: @alexiscorreia




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